Madrid se está llenando de barrios nuevos, con pisos de protección oficial, urbanizaciones con piscina y gimnasio, juegos para niños, árboles recién plantados, montones de escuelas infantiles y curiosísimos nombres en las calles.
Yo vivo en uno de los otros; uno de esos barrios de toda la vida, llenos de supermercados, árboles que llegan a las ventanas del tercer piso, donde proliferan los comercios de todo tipo, se ven antiquísimas puertas de madera en las casas y se pueden encontrar pequeños locales donde aún trabajan zapateros, sastres o persianistas.
Hoy, cuando bajé a comprar el pan, el promedio de edad de los paseantes cayó estrepitosamente.